El asesinato del ex presidente Manuel Pardo y Lavalle (1878)
El asesinato de Pardo, según publicación francesa de la época
Su vida política fue como una centella: rápida, brillante y trágica. Desde 1865 hasta su muerte, en 1878, fue, sucesivamente, ministro de Hacienda del “gabinete de los talentos” durante la guerra con España, director de la Beneficencia de Lima, alcalde de Lima, fundador y jefe del Partido Civil, presidente de la República y presidente del Senado.
Fue el más brillante exponente de la elite modernizadora del siglo XIX peruano, la que imaginó un desarrollo alternativo para el país.
Así, Pardo fundó Partido Civil y, entre 1872 y 1876, se convirtió en el primer presidente que no vestía uniforme militar.
Su programa insistía en la necesidad de institucionalizar el país, fomentar la educación y construir obras públicas.
Ya en el poder, poco es lo que pudo hacer: el país se encontraba ahogado en una crisis debido al despilfarro fiscal y la corrupción de los gobiernos anteriores.
Su política de recortar los gastos en defensa y controlar los ascensos militares para neutralizar el caudillismo que tanto daño le había causado a la institucionalidad del país le generó gran odio al interior de los grupos castrenses. Ese odio se materializaría más tarde en su asesinato.
Al culminar su mandato, Pardo viajó a Europa y luego se instaló en Chile, donde residió en Valparaíso. Luego, regresó a Lima al ser elegido presidente del Senado.
El 16 de septiembre de 1878, cuando salía de su cámara, Pardo fue cobardemente asesinado por un sargento. Se trató de un complot, largamente madurado, en el que prevaleció el odio político al gran estadista, a quien ya se le voceaba como seguro vencedor en las elecciones de 1880.
EL ASESINATO DE PARDO.-
Todo ocurrió entre las 2 y 3 de la tarde del fatídico sábado 16 de septiembre de 1878. A las 2 p.m., Pardo llega en coche a la puerta del Congreso.
Llegaba de la imprenta del diario El Comercio, donde había revisado las pruebas de un discurso que iba a ser publicado. Lo acompañaban a la Cámara los señores Manuel María Rivas y Adán Melgar.
A la entrada, la guardia del batallón Pichincha le presenta armas y Pardo hace un gesto para que cesen los honores.
Luego, Pardo ingresa al primer patio del Congreso cuando el sargento Melchor Montoya le dispara. La bala roza la mano izquierda del señor Rivas, penetra en el pulmón izquierdo de Pardo y sale a la altura de la clavícula. El ex presidente se lleva las manos al pecho y, recostado sobre un señor, se dirige al segundo patio (la cámara de senadores estaba, en el siglo XIX, en el actual local del Museo de la Inquisición).
Pardo cae al suelo entre las puertas que separan al patio del salón de sesiones. El señor Melgar se lanza contra el asesino, mientras la guardia permanece impasible.
Melchor Montoya huye hacia la Plaza de la Inquisición, pero es apresado por el sargento Juan Vellods. Dos centinelas lo llevan a un cuarto en el segundo patio del Senado. En unos instantes, llegan más de12 médicos, pero la herida es mortal; la hemorragia es casi generalizada. No movieron a Pardo quien, agonizante, preguntó quién había sido el asesino.
Al saber que se trataba de un sargento dijo “perdono a todos”; también llegó a decir “mi familia”, “debo mucho”, “me ahogo”. El padre dominico Caballero fue su último confesor. A las 3 de la tarde, exhaló su último aliento. El presbítero González La Rosa cerró sus ojos.
Seis minutos después de su deceso, el cuerpo de Pardo fue trasladado al salón de sesiones del senado donde se le practicó la autopsia. Se comprobó que la muerte fue debida a dos proyectiles de arma de fuego en la cavidad toráxico y que sus órganos estaban en magnífico estado; todo hacía presumir que hubiera podido llegar a una edad avanzada.
A las 9 de la noche fue trasladado en hombros a su casa, a pedido de su esposa y su madre. Los funerales tuvieron una solemnidad excepcional y el entierro (en el Presbítero Maestro) dio lugar a una manifestación multitudinaria sin precedentes.
Representación del asesinato de Pardo
La muerte de Pardo provocó sorpresa, indignación, cólera y desesperación en todo el país. Además, dejó sin timonel al Partido Civil: la Patria está en peligro, dijo uno de los editoriales de “El Comercio”.
Como si esto fuera poco, solo meses más tarde estallaba la guerra con Chile. Por ello, no le faltó razón al historiador italiano Tomás Caivano cuando escribió: El asesinato de Manuel Pardo, podemos decirlo con toda seguridad, sobre todo en consideración a las circunstancias y el momento en que tuvo lugar, fue algo más que el asesinato de un hombre: fue el asesinato del Perú.
En el asesinato de Pardo nada tuvo que ver el gobierno de entonces. Testimonios diversos concuerdan en señalar la ira que produjo en el presidente Prado la noticia del execrable crimen; también quedaron fuera de toda sospecha Piérola y sus seguidores, conocidos enemigos políticos del fundador del Partido Civil.
Al sargento Montoya y a sus cómplices se les siguió un largo juicio. Hubo un clima de libertad de prensa frente al caso y el gobierno se extremó en rodear de garantías la marcha del proceso. Se aclaró que el crimen fue producto de un complot de los sargentos del batallón Pichincha Melchor Montoya, Elías Álvarez, Armando Garay y Alfredo Decourt.
La razón es que en el Congreso se discutía una ley sobre ascensos que les hubiera impedido su ascenso a la clase de oficial y convinieron hacer una rebelión sublevando a su batallón y asesinando al presidente del Senado, a quien consideraban autor del proyecto. Urdieron con todo detalle al asesinato, como confesaron. Montoya fue fusilado el 22 de septiembre de 1880 a las 5 de la madrugada. Le auxiliaron un sacerdote descalzo y el vicario castrense. Gobernaba ya Piérola y el país estaba empantanado en la guerra con su vecino del sur.
Modesto Molina, escritor tacneño, y testigo presencial del crimen, describió así al asesino: Montoya, cuyo lugar de nacimiento ignoro, es un hombre como de veintiséis años: cholo claro, bajo de cuerpo, un poco grueso y de facciones grotescas. Sus ojos son pequeños y abotagados y en ellos se ve una mirada siniestra. Los pómulos de la cara revelan al hombre vulgar y de instintos depravados y los labios están desprovistos de barba.
Con la muerte de Pardo quedaron acéfalos tanto su partido como el país. Para éste significaba la pérdida de un líder nacional que le hubiera –estamos especulando- sido muy útil cuando la guerra con Chile estaba a punto de estallar. Para su partido, a la larga, fue “beneficioso”: la muerte del líder fundador obligó al Partido Civil prescindir de un caudillo y tener una dirigencia colegiada; de esta forma el Partido Civil devino en la única agrupación política no “caudillista” en la historia del Perú.
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